PATRONOS

La Infancia Misionera tiene dos Patronos y dos modelos:

Patronos

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Misionera desde el Carmelo

En Alensón, un pequeño poblado de Francia, nació el 2 de Enero de 1873, una niña que fue bautizada dos días más tarde con el nombre de María Teresa Francisca Martín Guerín. Sus padres, Luis y Celia, trajeron a la vida nueve hijos de los cuales solo sobrevivieron cinco, siendo Teresita la menor.

Este hogar se distinguió por ser profundamente cristiano. Alrededor de la pequeña Teresa solo había buenos ejemplos, que ella imitó con especial cariño. Lastimosamente perdió a su madre cuando apenas tenía 4 años y medio.

El 25 de diciembre de  1886 encontró su vocación; momento en el que pasó del egoísmo a la entrega total de sí misma. “Sentí que entraba en mí la Caridad, la necesidad de olvidarme de mi misma. Ese día encontré la Felicidad”.

El domingo de Pentecostés le contó a su padre su deseo: ser religiosa. Su padre le dijo que aún era demasiado joven para tomar tal determinación. Pero Teresita defendió su idea e hizo entender a su padre lo que Dios quería de ella.

Ante las dificultades que encontró para ingresar al convento, Teresita viajó hasta Roma para pedirle al Papa la autorización de pertenecer al convento del Carmelo, en Lisieux. En Diciembre de 1887 recibió una carta de la Abadesa del Carmelo en la que decía que había sido autorizado su ingreso.

Allí en el convento descubrió que el amor no es cuestión de sentimientos sino de obras. “No hay otra cosa más agradable a Dios que el amor”, dijo, “he comprendido que el amor encierra todas las vocaciones. Por eso mi vocación será el amor”.

El 17 de julio de 1897 siente que su Misión va a comenzar: “Mi misión de hacer amar a Dios como yo lo amo…”. “Quisiera ser profeta, doctor, apóstol para predicar el nombre de Jesús hasta el fin del tiempo en los cinco continentes”.

Pero la tuberculosis la invade totalmente y la hace sufrir violentamente. El 30 de septiembre, a la hora del Ángelus, mira largamente a "la Virgen de la sonrisa". Luego mirando el crucifijo dijo: “Te amo. Dios mío te amo”. Y murió.

Teresita se acercó a los campos de misión por la oración, el sacrificio y  el amor. Se hizo humilde y pequeña en los brazos de Dios. Fueron 24 años llenos de amor, gratitud y fe. Decía: “No quiero descansar mientras haya almas que salvar”… “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”.

 

SAN FRANCISCO JAVIER, Misionero en el Oriente

En un pequeño castillo llamado Javier, cerca de Pamplona (España), vivía una familia rica que el 7 de abril de 1506 vio nacer a su pequeño Francisco. Su padre, Juan de Jaso, señor del castillo, al perder la guerra tuvo que huir con su familia para buscar refugio en otra región. Francisco quedó huérfano de padre cuando  tenía 9 años.

Cuando las guerras terminaron y se impuso de nuevo la paz en toda la región, Francisco decidió estudiar “Humanidades” en la universidad Sorbona de París (Francia). En la Universidad compartió residencia con Pedro Fabro e Ignacio de Loyola. Este último, antiguo soldado, tenía una pierna lesionada por causa de la guerra.

Ignacio le ayudó a Francisco a superar su soberbia y sus vanas pretensiones. Una frase que tomó Ignacio del Evangelio le cambió el futuro a Francisco: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma?”.

El 15 de agosto de 1534, en la capilla de Montmartre de París, Francisco hizo los votos para conformar la “Compañía de Jesús” (Jesuitas) junto con otros seis compañeros.

El 24 de junio de 1537 recibió la ordenación sacerdotal junto con otros cinco compañeros. Francisco fue nombrado para trabajar en las Indias Portuguesas a donde salió el 7 de abril de 1541.

Se instaló en Goa (India), en donde se dedicó a invitar a todos los pobladores a la escucha del mensaje de Dios y al bautismo.

Después de abandonar el Japón se dirigió a la China, con el fin de predicar allí el nombre de Jesús, pero no le permitieron la entrada. La enfermedad y la pobreza terminaron con su cuerpo y fue así como el 3 de diciembre de 1552 murió en la isla de Shang Chawan, frente a Cantón (China). 

 

 

 

Modelos

EL NIÑO JESÚS: el primer misionero, enviado por el Padre.

 

Cuentan los Evangelios que un día llegó a casa de una joven llamada María, un ángel llamado Gabriel. El ángel, después de saludarla de manera muy especial, le dijo a la joven que Dios quería que su cuerpo fuera cuna para el nacimiento de su Hijo.

Ella, después de dos o tres preguntas, aceptó la petición de Dios, y entonces Dios cubrió a la joven virgen con su Espíritu, y desde ese momento ella sintió que una criatura divina habitaba en su cuerpo.

María fue entregada como esposa a un hombre llamado José, quién era justo, y cumplía con fidelidad los mandatos de Dios.

Cuando llegó el tiempo del nacimiento del niño, María y José se encontraban buscando posada en un pueblito llamado Belén, pero ante la falta de hospedaje tuvieron que refugiarse en una humilde pesebrera que los protegió del frío y de la lluvia.

De regreso a Nazaret, el niño fue llevado al templo para ser presentado y ofrecido al Señor, como lo ordena la ley de los profetas. El niño recibió el nombre de Jesús, que quiere decir “Dios nos salva”.

Cuando llegó el tiempo de ir al templo para sus clases sobre las Sagradas Escrituras, dejó impresionados a todos cuantos lo escuchaban por la manera como explicaba cada palabra que allí  se encontraba.

El niño Jesús es el modelo supremo que los niños deben seguir. Él supo responder a la misión que su Padre Dios le encomendó.

 

                             

 

LA NIÑA MARÍA: la primera misionera.

 

En tierras de Galilea vivían Ana y Joaquín, una joven pareja que vieron como se alegraba su humilde hogar con el nacimiento de una hermosa niña a quien dieron el nombre de María.

La niña creció al lado de sus padres hasta la edad de cinco años, momento en el cual la entregaron a los sacerdotes del templo para su educación.

Recibía la Palabra de Dios con gran amor, meditando en ella y practicando con alegría cada mensaje que allí encontraba.

Un día, Dios le pidió un gran favor: traer la salvación al mundo entero por medio de su Hijo Jesús. Ella no tardó en decirle: «SI» y cumplió su misión con generosidad, alegría, sencillez y fidelidad.

                                              

 

 

 

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